Elaborado por Briana Gálvez, alumna de Relaciones Internacionales de la FCPyS, UNAM
En Corea, un tercio de la población se identifica actualmente con las religiones católica y cristiana, pero aún existe un arraigo cultural importante a una de las prácticas tradicionales: el chamanismo. En este país recibe el nombre de muísmo, y consiste en la división del mundo en tres planos: la superficie de la tierra, el mundo situado por encima del cielo y el mundo por debajo de la superficie.
No hay forma de conocer el momento exacto en el que comienzan las prácticas chamánicas en Corea, pero se cree que han estado presentes a lo largo de toda su historia. Incluso, muchas personas refieren que los grandes reyes y emperadores coreanos hacían rituales de protección con espíritus ancestrales y dioses para proteger sus ciudades de desastres naturales, y agendaban lecturas de fortuna para saber el futuro de sus naciones.
La chamana recibe el nombre de 무당 (mudang) “la que puede controlar a todos los espíritus” o 만신 (manshin) que significa literalmente “10,000 espíritus”, resaltando el respeto que se le tiene a la mujer. Convertirse en mudang no es algo sencillo, y hay dos formas en que alguien puede llegar a serlo: por herencia o por entrenamiento espiritual. En ambas ocasiones las chamanas tienen que pasar por un ritual de iniciación llamado 내 림 굿 (ne rim kut), cuya traducción es “rito en el que Dios desciende”, en el que son “poseídas” por un espíritu y que simboliza la declaración de la chamana al plano de los dioses y espíritus en su identificación como mudang.
Según la tradición chamánica coreana existen tres seres no humanos: los dioses, los espíritus y los ancestros, y todos se comunican a través de los cuerpos de las mudang, así, muchas personas asisten con una cuando se sienten enfermos, cuando necesitan abrir sus caminos, cuando son perseguidos por espíritus o cuando quieren que les lean su fortuna. Las chamanas interceden por las personas, por sus familias, sus futuros y sus negocios.
Cada mudang tiene un dios protector (momju,몸주), que la elige para trabajar con ella por el resto de su práctica espiritual. Aunque puede no ser el único con el que se comunica, sí es al que le debe la mayor devoción. Por esto, crea en su hogar un espacio dedicado solamente a él, un altar que recibe el nombre de 신당 (shindang). Este lugar es considerado sagrado y alberga todos los utensilios y vestidos que la chamana usará en sus rituales.
Para los ritos chamánicos (굿, kut), las mudang identifican tres elementos esenciales para lograr canalizar la energía de su espíritu protector: un espejo redondo convexo (명도, myeongdo) que representa al sol, la luna y las siete estrellas; un árbol de cascabeles cuyo sonido llama a los dioses (방울, bangul); y un abanico (부채, buchae). La chamana busca que, al iniciar su rito, su dios principal o protector la posea.
“Me describió lo que siente cuando es poseída por un espíritu del siguiente modo: comienza a temblar y mover los hombros, entonces siente en su interior de un modo muy fuerte cómo entra el espíritu a través de la cabeza. Luego, puede transmitir las palabras de los espíritus, y tiene muy claro que lo que transmite no son sus propias palabras sino las palabras de los dioses y los espíritus”
Aunque cada mudang tiene una práctica distinta, todas tienen un estilo de vida de devoción y aprendizaje hacia sus dioses y espíritus, y aunque en Corea existe cierto prejuicio hacia lo que ellas hacen, piden que se reconozca como una práctica real y que no se satanice ni se relacione con el demonio cristiano como comúnmente sucede.
Una de las representaciones reconocidas, incluso por las mismas mudang, como un buen reflejo del chamanismo en Corea es la película The Wailing, en la que se narra la historia de una comunidad rural en Gokseong que vive una ola de asesinatos misteriosos para los que se termina por encontrar una explicación espiritual.
Fuentes
Chang Soo-kyung, Kim Tae-gon. Korean Shamanism – Muism. Jimoondang, 1998.
Folk-Religion: The Customs in Korea, Ewha Womans University Press, 2006, p. 21