La Conferencia de Bandung (1955) es un momento clave en la historia de las relaciones internacionales al reunir a países de Asia y África recién independizados en un esfuerzo conjunto por redefinir su lugar en el mundo. La Conferencia de Bandung abrió el camino para la articulación de proyectos alternativos de cooperación y solidaridad entre naciones, y su legado aún resuena ante los desafíos actuales.

El fin de la Segunda Guerra Mundial marcó un punto de inflexión en la historia de la humanidad. En Asia, Japón estaba devastado, derrotado y dejó de ser una potencia expansionista; al mismo tiempo, los imperios europeos iniciaban su rápida desintegración. Este vacío de poder fue aprovechado por los movimientos nacionalistas en las colonias que se posicionaron para tomar el poder. Por primera vez, en al menos un siglo, los pueblos asiáticos vislumbraron la posibilidad de decidir su propio destino.

Este impulso emancipador no se limitó a Asia: el debilitamiento de las metrópolis coloniales y el ejemplo de las independencias en Asia inspiraron las luchas anticoloniales en África. Así, en las tres décadas siguientes, la mayoría de los territorios colonizados alcanzaron su independencia política, y para 1975 el colonialismo como sistema formal había sido erradicado.

Sin embargo, este proceso no fue tan sencillo. Durante los años posteriores a 1945, en el nuevo orden mundial emergente, Estados Unidos y la Unión Soviética surgieron como las superpotencias hegemónicas, dando forma al sistema bipolar de la Guerra Fría que se caracterizó por la competencia militar e ideológica del capitalismo y el comunismo. Pero la bipolaridad no fue la única dinámica que definió la época. Al mismo tiempo, el proceso de descolonización fue configurando un "Tercer Mundo" que buscaba escapar a la lógica de bloques mediante la no alineación.

Fue en este contexto tenso pero esperanzador que se realizó la Conferencia Afroasiática de Bandung en 1955, convocada por los primeros ministros de Myanmar, Sri Lanka, India y Pakistán. Este encuentro histórico reunió a 29 naciones (23 asiáticas y 6 africanas) en la ciudad indonesia de Bandung del 18 al 24 de abril de 1955. Más allá de los paneles diplomáticos y eventos sociales, la Conferencia se centró en los desafíos comunes: el colonialismo persistente, la dominación extranjera y la necesidad de construir un futuro postcolonial alternativo.

Aunque los líderes reunidos provenían de realidades diversas, con visiones encontradas sobre imperialismo y desacuerdos en cuestiones de política internacional, lograron algo extraordinario: acordaron los 10 principios del "Espíritu Bandung", un proyecto de cooperación multilateral basado en la soberanía nacional y la autodeterminación que promovía la cooperación económica, cultural y la paz mundial.

Este legado se institucionalizó seis años después en la ciudad de Belgrado con la creación del Movimiento de Países No Alineados (MPNA), y cuyas cumbres en El Cairo (1964), Lusaka (1970) y Argel (1973) extendieron el ideario del Espíritu de Bandung a América Latina. Lamentablemente, con el tiempo el MPNA enfrentó diversos problemas como la interferencia de las superpotencias, conflictos internos y fracasos que debilitaron el movimiento y minaron progresivamente su cohesión, cuestionando el sentido del movimiento y su proyección a futuro.

Setenta años después, en un mundo fracturado por guerras en Ucrania, Gaza y el Sahel, y ante nuevas formas de dominación económica y tecnológica, el mensaje de Bandung adquiere renovada vigencia. Su verdadero legado no radica en la nostalgia, sino en la urgencia de reinventar la solidaridad global frente a las crisis contemporáneas. Bandung nos recuerda que otro mundo es posible, pero su realización requiere más que discursos: exige acción colectiva comprometida con los derechos humanos, la autodeterminación y la paz mundial