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El Diplomático y el Atelier
09 oct 2025

La diplomacia se ha identificado históricamente a buen gusto y a la moda. El buen vestir se ha observado en las recepciones oficiales, en los actos protocolarios e incluso en las negociaciones. Tal como en una gala tipo Hollywood o Cannes, los trajes bien cortados o los vestidos de diseñador han sido parte de la vida diplomática, lo cual en sí mismo (más allá de la frivolidad) puede entenderse en función de los gustos personales, la proyección de prestigio o la construcción de una imagen deseada. Quizá salvo los jefes de Estado o de gobierno que en muchos países se destina del gasto público recursos para la compra de su guardarropa, los funcionarios de menor rango lo deben de debitar de su ingreso o de su patrimonio.

No obstante, ¿qué sucede cuando se utiliza su posición de poder o jerarquía administrativa para usar la red diplomática con el objeto de satisfacer demandas privadas de consumo? Incluso no solamente se limitan a las prendas de vestir sino también a los enseres y accesorios adquiridos en el exterior en las que puede utilizarse a las representaciones diplomáticas como intermediarios.

Fernando Torreblanca Contreras desde los 20 años de edad se sumó al constitucionalismo donde conoció a Álvaro Obregón, mismo que lo designó su secretario particular. Esa posición le permitió tener contactos directos con los miembros de la “familia revolucionaria” y particularmente con Plutarco Elías Calles: Torreblanca se casó con su sexta hija, Hortensia Elías Calles Chacón. Después de permanecer en la secretaría particular bajo la presidencia de su ahora suegro, continuó también en sus funciones con Emilio Portes Gil.

Imagen 1. Plutarco Elías Calles

Fuente: Librería del Congreso, https://lccn.loc.gov/2014707995

En enero de 1932 fue designado subsecretario de Relaciones Exteriores en substitución de José Vázquez Schiaffino que había renunciado ante la salida de Genaro Estrada y la llegada de Manuel C. Téllez como responsable de la Secretaria de Relaciones Exteriores. Estrada fue nombrado embajador de México en España, lugar en donde -después de un poco más de un año- se reunió con Torreblanca que estando en funciones realizó un viaje por Europa, con escala en Nueva York, junto a su familia.

Imagen 2 Fernando Torreblanca con la foto oficial del gabinete del presidente Emilio Portes Gil

Fuente: Mundo Gráfico, 26 de enero de 1928, p.28

Nota: Torreblanca detrás de Portes Gil y Genaro Estrada en la extrema izquierda del presidente

Debido al hecho de tener una afectación en su salud, Torreblanca postergó por varios meses su arribo a Madrid. Durante el esperado encuentro y conversación con Estrada salió el tema del deseo de comprar camisas de seda de buena calidad por parte del subsecretario. El diplomático mexicano le recomendó que en Japón podría conseguirlas a buen precio y excelente calidad. Sin más dilación, el funcionario mexicano le escribió a Manuel Tello, cónsul general en Yokohama, para hacerle un encargo de 40 camisas para lo cual, vía la Embajada de México en España, le remitiría 50 dólares. Además, le mandaba una camisa propia para que la hicieran exactamente con sus medidas y que el cuello fuera el mismo, además refería que los puños de las mangas deberían tener botones y no los ojales para las mancuernillas. Le urgía su pronta manufactura y que fueran remitidas para el consulado en Barcelona, esperando que las tuviera en su poder antes de su regreso a México.[1]

Un mes después el pedido se había realizado sin contratiempos. Tello informaba a Torreblanca que los costureros japoneses eran “copistas” sin rival y le habían elaborado 35 camisas en un Atelier (アトリエ) especializado. Debido al hecho de que en su comunicación no se especificaba el tipo de seda, tuvo la libertad de mandarlas surtidas con la variedad shioze, habutai, fuji y spun con la finalidad de que en futuras solicitudes pudiera indicar cuál de esas fuera de su predilección. El cónsul mexicano apuntaba que le informara si fueron de su agrado y que el embalaje del paquete había sido muy cuidadoso: cada camisa estaba en una caja de cartón, las cuales fueron colocadas en un recipiente de madera forrada de hojalata. Por último, le notificaba que las facturas de su encargo, el costo de transporte y la póliza de seguro se la remitieron a Genaro Estrada.[2]

Imagen 3 Genaro Estrada en la entrega de sus cartas credenciales

Fuente: “Vida Diplomática y Consular”, España y América, Año XXI, Núm 236, abril de 1932, p. 12

Pasaron más de dos meses para la llegada a España de las camisas de Torreblanca, Estrada le compartía el hecho de que habían sido despachadas por valija diplomática a México.[3] A las camisas también se sumaban otras compras, como mantelería comprada en Granada que su esposa había seleccionado, la cual sería enviada al consulado de Barcelona. A pesar de que Torreblanca había dejado el importe de su costo, el cheque lo entregó a Estrada y no al funcionario del consulado mexicano en Barcelona, que virtualmente tuvo que pagarla de su salario. Ante esa situación, posteriormente reclamaba amablemente y con cierto temor a Torreblanca el reembolso respectivo. Los bultos llenos de compras se sumaban en la Embajada de México en España, los cuales eran de nuevo transportadas por medio de la valija diplomática.[4]

Muchas preguntas pueden formularse. La primera, ¿cómo un funcionario en funciones pudiera hacer un viaje de un año y medio en Europa, inclusive si aparentemente su estancia obedeciera a razones oficiales? La justificación ante los medios de información era que iría en una comisión[5] y también que obedecía a motivos de salud[6] pero en realidad era un viaje familiar. En algún momento, Estrada le sugiere una “inspección” de las representaciones diplomáticas de México debido a su carácter oficial, lo que le permitiría conocer directamente el funcionamiento de las representaciones diplomáticas mexicanas en Europa.[7] De manera colateral a la posibilidad de haberlas visitado en las ciudades que incluía su itinerario de viaje, es un hecho de que Torreblanca pudo hacer esa travesía debido a su parentesco directo con Calles (jefe máximo de la revolución) que en ese momento detentaba el control del poder político dentro de lo que se ha denominado como “maximato” en la historia política de México que duró de 1928 a 1934.

La segunda, como resultado de esa relación, no había ninguna restricción para el uso de cualquier medio reservado para el envío de documentación oficial, lo cual garantizaba su remisión directa y sin pagar impuestos de los bienes de consumo personales que Torreblanca y su esposa adquirían durante su periplo en las principales ciudades europeas. Es claro, que en cualquier momento o época esa práctica contravenía a la normativa oficial. Es más que evidente que los diplomáticos mexicanos acreditados en el exterior por razones de amistad, conveniencia política o porque no había más remedio que atender ese tipo solicitudes frente a un servidor público influyente.

Los casos del uso de la valija diplomática para usos privados fueron y han sido una tentación constante para los funcionarios acreditados en el exterior. No obstante, ahora puede haber más supervisión y restricciones, las cuales no necesariamente se observaban en el siglo pasado. El embajador de México en Argentina, el general Francisco J Aguilar, fue acusado en 1958 de usar la valija diplomática para introducir ropa fina en ese país sudamericano, lo cual fue un escándalo que llegó hasta el Parlamento argentino.


Imagen 4 El general Francisco J Aguilar y su familia

Fuente: Fuente: The Nippon Jiji, 12 de febrero de 1935

El diputado, Agustín Rodríguez Anaya, acusó que nueve embajadores latinoamericanos habían usado la franquicia diplomática para introducir mercancías sin el respectivo pago de impuesto. En particular, el representante mexicano introdujo 6,884 lencería de nylon, 3,456 blusas y 11,088 pares de medias,[8] las cuales tuvieron un peso de casi dos toneladas. Es un hecho que la economía argentina, en ese momento se encontraba altamente protegida con restricciones para el acceso a divisas extranjeras, altos aranceles a la importación y controles de precios en el mercado interno por lo que los incentivos para el contrabando eran muy altos y lucrativos.

Ante esa denuncia, Aguilar negó la acusación catalogándola como falsa, irracional y calumniosa. El general mexicano, que se encontraba en Estados Unidos y que ya había presentado su renuncia a su cargo por el inicio de la presidencia de Adolfo López Mateos, retó a un “duelo a muerte” a Rodríguez[9], el cual aceptó proponiendo a Montevideo como el lugar para esa justa debido a que Uruguay no tenía ninguna restricción jurídica al respecto. Aguilar insistió en que fuere en un lugar equidistante entre la Ciudad de México y Buenos Aires. Más allá del escáldalo mediático, nunca se realizó el enfrentamiento armado dejándolo en el vasto anecdotario que han involucrado algunos miembros del servicio exterior mexicano en las malas prácticas del uso de la valija diplomática.

Notas

[1] Archivo Fernando Torreblanca-Fondo Álvaro Obregón, “Carta de Fernando Torreblanca a Manuel Tello”. Identificador 1555. Madrid, 24 de febrero de 1933.

[2] Archivo Fernando Torreblanca-Fondo Álvaro Obregón, “Carta de Manuel Tello a Fernando Torreblanca, subsecretario de Relaciones Exteriores. Identificador 1555. Yokohama, 29 de marzo de 1933.

[3] Archivo Fernando Torreblanca-Fondo Álvaro Obregón, “Carta de Genaro Estrada a Fernando Torreblanca”. Identificador 1555. Madrid, 7 de junio de 1933.

[4] Archivo Fernando Torreblanca-Fondo Álvaro Obregón, “Carta de Fernando Torreblanca a Genaro Estrada”. Identificador 1555. Barcelona, 3 de enero de 1933.

[5] “Por Esos Mundos”, Vida Gráfica, Año VIII, Núm 392, 6 de junio de 1932, p.4

[6] “ Torreblanca regresó de su viaje a Europa”, El Informador, 2 de noviembre de 1933, p.1

[7] Archivo Fernando Torreblanca-Fondo Álvaro Obregón, “Carta de Genaro Estrada a Fernando Torreblanca”. Identificador 1555. Madrid, 2 de septiembre de 1933.

[8] Nemesio García Naranjo, “ Escándalo”, El informador, 5 de enero de 1959, p. 4.

[9] Martín Houseman, “No es un asunto de Ópera cómica”, El Informador, 16 de diciembre de 1958, p.1