La diplomacia se ha identificado históricamente a buen gusto y a la moda. El buen vestir se ha observado en las recepciones oficiales, en los actos protocolarios e incluso en las negociaciones. Tal como en una gala tipo Hollywood o Cannes, los trajes bien cortados o los vestidos de diseñador han sido parte de la vida diplomática, lo cual en sí mismo (más allá de la frivolidad) puede entenderse en función de los gustos personales, la proyección de prestigio o la construcción de una imagen deseada. Quizá salvo los jefes de Estado o de gobierno que en muchos países se destina del gasto público recursos para la compra de su guardarropa, los funcionarios de menor rango lo deben de debitar de su ingreso o de su patrimonio.
No obstante, ¿qué sucede cuando se utiliza su posición de poder o jerarquía administrativa para usar la red diplomática con el objeto de satisfacer demandas privadas de consumo? Incluso no solamente se limitan a las prendas de vestir sino también a los enseres y accesorios adquiridos en el exterior en las que puede utilizarse a las representaciones diplomáticas como intermediarios.
Fernando Torreblanca Contreras desde los 20 años de edad se sumó al constitucionalismo donde conoció a Álvaro Obregón, mismo que lo designó su secretario particular. Esa posición le permitió tener contactos directos con los miembros de la “familia revolucionaria” y particularmente con Plutarco Elías Calles: Torreblanca se casó con su sexta hija, Hortensia Elías Calles Chacón. Después de permanecer en la secretaría particular bajo la presidencia de su ahora suegro, continuó también en sus funciones con Emilio Portes Gil.