Por Gabriela Gallegos, Alumna de Servicio Social del PUEAA
La crisis global que se atraviesa en la actualidad ha sido motivo de diversos análisis que buscan explicar las consecuencias futuras del brote de COVID-19 y, sobre todo, los estragos a corto plazo que puede tener la sociedad. Un enfoque que merece la pena, y que ha suscitado ya una serie de reflexiones al respecto es el análisis de la respuesta sanitaria por parte de los distintos gobiernos y cómo ha marcado una diferencia sustancial entre el control del brote de la enfermedad en Asia y el resto del mundo.
Así, mientras que Europa parece desmoronarse ante una crisis prolongada que ha desafiado, y rebasado, su capacidad de respuesta ante una emergencia de esta índole, en Asia ya se ha controlado la epidemia en aquellos países que fueron el epicentro global mientras que en otras regiones se mantiene un número de casos positivos para COVID-19 relativamente bajo desde el inicio. La diferencia es tan amplia porque se trata de sociedades con tradiciones, ideologías, sistemas y culturas muy diferentes. Mientras que en Asia impera una sociedad tradicionalmente confuciana con un fuerte sentido de la colectividad por encima del individuo, en occidente el ideal de libertad e individualidad son valores permanentes, baluarte de sociedades democráticamente consolidadas. En Asia priva la mentalidad autoritaria por parte de los Estados, la obediencia por parte de las personas, menos renuente y crítica de la protección de la privacidad, como señala Byung-Chul Han.
Por ello, se entiende que el éxito en la contención de la enfermedad en Asia se haya debido a la apuesta gubernamental por mecanismos de control y vigilancia digital, a través del escaneo en todo momento de las personas y la recolección de datos biométricos en tiempo real. La infraestructura digital preexistente, como en el caso de China y sus más de dos millones de cámaras de vigilancia, ha propiciado que dicho monitoreo sea más eficaz para la contención de la enfermedad. Así, los macrodatos (o el big data) han resultado un caso de éxito de un Estado policial como el chino, en el que el sistema de vigilancia social es posible gracias al absoluto control que tiene el gobierno sobre la internet, los medios de comunicación y, en mayor medida, el intercambio de datos entre los proveedores de servicios de internet y telefonía móvil y las autoridades.
Otros Estados asiáticos, como Corea del Sur, Japón, Hong Kong, Taiwán y Singapur, han optado por el uso de aplicaciones móviles de rastreo para asegurar la contención, pero sobre la base de la cooperación voluntaria de una población informada. El caso de Taiwán ha resaltado debido al éxito que ha tenido en el control de la epidemia pese a no contar con el apoyo de la Organización Mundial de la Salud. Desde finales de enero hasta la fecha se registraron poco más de 300 casos positivos para COVID-19 de una población de aproximadamente 23 millones, una cifra excepcionalmente baja que se ha mantenido gracias a la implementación temprana y oportuna de una valla digital de rastreo para asegurar a las personas en cuarentena y evitar la propagación de la enfermedad.
Como señala Yuval Harari, el problema de la adopción de estos mecanismos de monitoreo digital como medida de emergencia es que puede llegar a normalizarse. Esto supondría un cambio en la vigilancia “sobre la piel” a una “bajo la piel” que puede ser implementada por las autoridades para otros fines.
Referencias
Han, Byul-Chun. (22 de marzo 2020). La emergencia viral y el mundo de mañana. El País. Documento en línea
Harari, Yuvul. (19 de marzo 2020). The world after coronavirus. Financial Times. Documento en línea
Taiwán rastrea en tiempo real a 55.000 personas para controlar si hacen la cuarentena del coronavirus COVID-19. (2 de abril 2020). Infobae. Documento en línea
Torres, A. (24 de marzo 2020). Virus, Estado y Vigilancia. El mostrador. Documento en línea
Fecha de publicación: 3/04/2020