Los Juegos Olímpicos tienen, y siempre han tenido, una fuerte presencia política y diplomática en el mundo. Poco hará falta mencionar su relación con el encubrimiento de la matanza de Tlatelolco y la edición de México 1968. O quizás para relacionarlo con la sede actual, habría que recordar que la última vez que Japón fue anfitrión en Tokio 1964, le sirvió para presentarse como un país democrático y capitalista tras su derrota en la Segunda Guerra Mundial y después de la Ocupación Americana hasta 1952. A lo largo de estos Juegos Olímpicos 2021 hemos escuchado noticias sobre la deserción del yudoca argelino, Fethi Nourine, y del también yudoca sudanés, Mohamed Abdalrasool. Todo esto como una respuesta en contra de la normalización de las actividades del Estado israelí en el panorama mundial. Sin duda África también participa en las políticas y enclaves actuales de los Juegos Olímpicos.
Si bien muchas personas quedaron sorprendidas por las decisiones políticas de los yudocas, la verdad es que la relación del deporte con estas posturas es más antigua e incluso histórica. El ejemplo más claro y con participación de África es lo que se conoce como el boicot de Montreal 1976, donde 23 países africanos (a excepción de Senegal y Costa de Marfil) se negaron a participar en los Juegos Olímpicos si el equipo de rugby neozelandés también se presentaba. Esto, claro, tiene un mayor trasfondo político.
Sudáfrica fue uno de los primeros países en clasificar para el evento deportivo en Londres 1908 con un equipo completamente formado por hombres blancos. Tras la creación del apartheid en 1948, diversas naciones africanas, ya independientes en los años 60’s, protestaron en contra de la segregación racial sudafricana. Así pues, el Consejo Superior de Deportes de África (SCSA), conformado por alrededor de 40 países, amenazó con retirarse de los Juegos de México 1968 si participaba el Sudáfrica de minoría blanca y racista. Como respuesta a la amenaza, el Comité Olímpico Internacional (COI) expulsó a Sudáfrica de los Juegos Olímpicos [1].
Ahora bien, ¿qué tiene que ver Nueva Zelanda en esto? Pues unos años más tarde, en 1976, el equipo neozelandés de rugby viaja a Johannesburgo y juega en amistoso con los sudafricanos. Sin embargo, el ambiente político en ese momento era sumamente complicado. El gobierno sudafricano buscaba instaurar el afrikáans como la lengua de la educación básica y controlar las políticas educativas. Como respuesta de la población, el 16 de junio de 1976, estudiantes de secundaria se manifestaron pacíficamente y durante su marcha, fueron interceptados por la policía quien disparó a niños manifestantes provocando la muerte de un estimado de más de 500 estudiantes [2].
Bajo este contexto de repercusión mundial conocido como “La masacre de Soweto” o “Los disturbios de Soweto”, el partido amistoso del equipo de rugby de Nueva Zelanda se interpretó como un apoyo al régimen del apartheid. Ante la negativa del Comité Olímpico por expulsar al equipo neozelandés, el SCSA y las 23 naciones africanas que lo conformaban se rehusaron a participar en la edición de Montreal 1976 dejando bien en claro su postura política y aprovechando la visibilidad internacional del evento deportivo.