Con las nuevas llegadas de las migraciones chinas a México y con una cultura que, al parecer, es tan distinta a la nuestra, se ha generado en algunas personas cierto rechazo hacia nuestros nuevos vecinos. Muchos de ellos suelen aislarse en sus comunidades y el poco trato que tienen con los nacionales suele ser de negocios, muchas veces en la relación entre patrón y empleado. A veces surgen quejas sobre las largas horas del trabajo, la falta de prestaciones y salarios bajos. Sin embargo, hay muchos mexicanos que llevan varios años e inclusive décadas trabajando con no solo patrones, sino socios y compañeros chinos y hablan de cómo ha sido una experiencia grata en que les enseñan diferentes técnicas de cocina, administración y modelos de negocios. Este contraste entre estas dos experiencias suele ser tan grande como muchos perciben la diferencia entre la cultura mexicana y la cultura china.
No obstante, la relación entre China y México no inició con la nueva ola de migrantes orientales de esta década ni los que llegaron antes que ellos durante este siglo ni el pasado. Según los primeros registros de la población de la Nueva España, las comunidades no indígenas consistían en 500,000 europeos (no solo españoles, sino otros que habían llegado de diferentes países del continente), 250,000 africanos (la mayoría en calidad de esclavos) y 120,000 asiáticos (los chinos y filipinos representaban la mayoría de esta cifra, aunque, también había varios procedentes del sureste asiático y los diferentes territorios que limitan con Oceanía). Si bien, los asiáticos no eran el grupo más grande de los tres mencionados, representaban un número significativo de habitantes de la sociedad novohispana y sería muy difícil que un grupo tan numeroso viviera tantos años aquí sin dejar ninguna huella en estas tierras.
A través de los años dejaron su huella en diferentes técnicas de artesanías, como es el acabado de maque o las técnicas de elaborar talavera derivadas de la porcelana china. También dejaron huella en la gastronomía mexicana importando ingredientes tan esenciales como es el tamarindo y el limón. Aparte, en la teoría musical se puede rastrear a muchos ritmos y melodías al continente asiático. Diferentes diseños en la indumentaria mexicana igual tienen sus orígenes en el Lejano Oriente. Además, hay aspectos del comercio mexicano que trajeron los chinos a estas tierras como es la famosa “tiendita” de la esquina (que, en muchas regiones de Centroamérica, todavía se les conoce a los trabajadores de estos establecimientos como “chinos” aunque no tengan nada que ver con dicho país).
A diferencia de las excolonias británicas donde se mantuvieron separación entre personas de distintas ascendencias, en la Nueva España, hubo bastante mestizaje y por eso, a veces estos orígenes se mezclan con la demás cultura popular del México moderno. Es así que cada vez que han llegado nuevos migrantes de África, el Medio Oriente y Asia, los vemos como algo casi extraterrestre, aunque solo representan nuevas olas que llegan a estas costas donde habían llegado varias veces en la historia de nuestro país.
Esta novela explora estas raíces ocultas asiáticas y en concreto chinas en la sociedad mexicana. Hace el intento de escuchar los susurros de los antepasados chinos del México antiguo y al mismo tiempo recibe a diferentes grupos que llegan en diversas épocas de la historia. Inicia con los que seguían llegando en la república joven y turbulenta. Sigue con los auges intensos de la migración china durante el Porfiriato. Luego, aborda el tema difícil de las matanzas y expulsiones de chinos y de sus descendientes en la Revolución Mexicana y la época posrevolucionaria y finalmente plantea la cuestión de que tanto nos influye todavía este pasado chino en la actualidad en nuestro país y que tan fuerte es esta “cuarta raíz” de la sociedad mexicana, después de las otras tres raíces: la indígena, la española y la africana.