Una cicatriz eterna: Conmemoración de los 25 años del Genocidio en Ruanda

Por Jessica Ramos y Micheelle Volantín, Alumnas de Servicio Social del PUEAA

El 7 de abril es un día histórico para la comunidad internacional. Manchado por la sangre y por la culpa, se conmemora un conflicto que cobró la vida de más de 800,000 personas; niños, mujeres y hombres por igual. Hace tan solo 25 años, el mundo presenció de nueva cuenta uno de los crímenes más atroces que han marcado el legado de la historia humana. En esta fatídica fecha, dio inicio el genocidio de Ruanda. Siendo uno de los países más pequeños del continente africano y localizado en el corazón de la región, Ruanda no llamó la atención de los encabezados globales sino hasta que el conflicto étnico trajo la muerte de miles ¿pero cómo fue que se llegó a este punto? ¿Por qué no se detuvo? Históricamente, el lugar que hoy se conoce como Ruanda ha sido habitado por tres etnias diferentes; por un lado los twas, por otro los tutsi y finalmente los hutus. La estratificación social resultante entre su interacción estableció una jerarquía entre los tres en donde los tutsis ocupaban la posición más alta y los hutus la más baja. Estos últimos terminaron conformando la población mayoritaria a largo de Ruanda y Burundi, en parte también porque el término pasó a designar una posición de sumisión para la población conquistada en los siglos posteriores. La monarquía de Ruanda, con los tutsis a la cabeza, fue el gobierno vigente desde ese entonces hasta 1961, siendo respaldado por los colonizadores alemanes y posteriormente belgas, con una breve administración de la Organización de las Naciones Unidas (ONU). Pero dos años antes de conseguir su independencia plena, la amenaza de un violento conflicto ya se vislumbraba con el estallido de un movimiento revolucionario propiciado por los hutus, que llevó a la muerte y desplazamiento de miles de tutsis.

Las décadas posteriores vieron escalar el conflicto étnico en Ruanda, donde la minoría tutsi fue desplazada del poder, y con su vecino Burundi, en donde estos mantuvieron su estatus de élite social y política. Las tensiones se transformaron en matanzas esporádicas, aunque ahora era una cuestión que ignoraba las fronteras. Hacia la década de los noventa, Burundi sufrió su propia guerra civil después del asesinato del primer hutu electo presidente. Fue entonces que un día 6 de de abril de 1994, cuando un atentado terminaría por deshilar el tejido social del país africano: Juvénal Habyarimana, presidente de Ruanda, junto con Cyprien Ntaryamira, presidente de Burundi, murieron al ser derribado el avión en el que viajaban. Horas más tarde, extremistas hutus alentaban a sus símiles a emprender actos violentos contra sus connacionales tutsis, iniciando una matanza sistémica sustentada en un odio racial como no se había visto desde el fin de la Segunda Guerra Mundial. Ante esta situación, el grupo Frente Patriótico Ruandés (FPR) conformado por tutsis exiliados, aprovechó la oportunidad para lanzar un ataque coordinado contra el gobierno del Movimiento Republicano Nacional para la Democracia y el Desarrollo (MRNDD) de Ruanda, a quienes se le atribuye haber propiciado la organización de grupos paramilitares en el genocidio. Por su parte, la Organización de las Naciones Unidas fue duramente criticada por su falta de respuesta ante los hechos. El día 7 de abril, la Primer Ministro de Ruanda fue asesinada conjunto a tropas belgas desplegadas en apoyo a las operaciones de mantenimiento de la paz. Los Estados miembros decidieron retirar sus recursos de la misión después de esto. No fue sino hasta junio de 1994 que se autorizó una misión humanitaria empleando las fuerzas armadas de Francia para asegurar algunas áreas del suroeste de Ruanda. Empero, el conflicto duró hasta julio de ese mismo año, cuando el FPR se hizo del control del país. Ningún otro esfuerzo significativo se hizo para proteger a la población civil. Se estima que entre 800.000 y 1.000.000 de personas perdieron la vida entre tutsis, twas y hutus (Organización Internacional de Naciones Unidas, 2015). Las mujeres primordialmente representaron un grupo altamente vulnerado, pues se estima que hasta medio millón de mujeres fueron sujetas a abuso sexual constante durante el conflicto (Hilsum, 2014).En la actualidad, Naciones Unidas hace un esfuerzo significativo para ayudar a la reconstrucción de Ruanda, implementando a la par un programa de reestructuración para sus lineamientos de ayuda humanitaria, con el objetivo de hacerla más eficaz (Agencias de la Organización de las Naciones Unidas en Ruanda, 2018). Sin embargo, los estragos de la guerra siguen: no únicamente los restos de las víctimas que siguen desaparecidas, sino también en los mutilados, los infectados por VIH, y los miles de niños y niñas huérfanos nacidos por violaciones masivas. El genocidio en Ruanda es una cicatriz para la historia del mundo. Una herida que aunque sane, no debe olvidarse, pues no solamente es necesario mantener viva la memoria de las víctimas, pasadas y actuales. También es necesario recordar la necesidad de actuar contra el odio en todas sus expresiones, sabiendo que la inacción y la omisión, también cobran víctimas.


Bibliografía

Agencias de la Organización de las Naciones Unidas en Ruanda. (2018). La Naciones Unidas en Ruanda. Obtenido de Unidos en la Diversidad: Documento en línea

Hilsum, L. (7 de Julio de 2014). Rwanda 20 years on: the tragic testimony of the children of rape. Obtenido de The Guardian: Documento en línea

Organización Internacional de Naciones Unidas. (2015). El genocidio. Obtenido de Mecanismo Residual Internacional para Tribunales Penales: Documento en línea



Fecha de Publicación: 12/04/2019