El pasado 4 de agosto el mundo se conmocionó al enterarse de una explosión en el puerto de Beirut, Líbano. Los vídeos en redes sociales sobre lo ocurrido expusieron la magnitud de la tragedia, dejando más de 170 personas muertas, miles de heridos y personas sin hogar.
En un principio, la explosión fue catalogada como un ataque o acto terrorista, aunque ningún actor o país se ha adjudicado el acto. Dejando como culpable el gobierno libanés y las diferentes facciones que lo conforman, todas negando responsabilidad y acusándose entre sí. Lo sucedido constató que no fue un mero accidente, sino la consecuencia de años de negligencia y mala administración del puerto, toda vez que se asegura que el nitrato de amonio fue abandonado desde hace siete años.
Pocos días después de la explosión, el único político que acudió al lugar de la explosión fue Emmanuel Macron que aseguro brindar apoyo directo a los afectados y que no se trataba de dar una “solución francesa, sino de establecer un nuevo orden político”. [1] “Para cuando Macron regresó a París, más de 50.000 personas habían firmado una petición en línea instándole a "colocar al Líbano bajo el mandato francés durante los próximos 10 años".[2]
Lo anterior es muestra del hartazgo de la sociedad ante un gobierno que poco hace por mejorar las condiciones en las que se encuentra la sociedad – las cuales han ido empeorando en los últimos años – demostrando su desesperación al pedir que un jefe de estado externo a Líbano dirija el país.
Antes de la explosión de 2.750 toneladas de nitrato de amonio, Líbano estaba atravesando una situación difícil por la crisis económica que se agudizó con la pandemia del coronavirus. Crisis en su mayoría producto de la corrupción dentro del gobierno y de las élites que han llevado el país al colapso.