Mangkhut: voces atrapadas

Los desastres naturales en África y Asia aparecen frecuentemente como si ambos continentes fueron castigados. En África aparecen las sequias, erupciones de volcanes (por ejemplo el de Nabro en 2011), las inundaciones (la que ocurrió en Mozambique en 2000), o falta de agua sobre la cual mass media informaron hace algunos meses en Cape Town. Y en Asia, las cosas parecidas: tifones, inundaciones, terremotos.

En esos días la región asiática fue pegada por el tifón Mangkhut, la tormenta más poderosa de este año, con millones de personas viviendo sin techo. Las lluvias se combinan con tormentas monzónicas que provocan deslizamientos de tierra e inundaciones. Mangkhut tiene realmente el carácter internacional, pasa por Filipinas, provincias chinas Guangdong, Guangxi, Yunnan, Hong Kong, Vietnam, Laos y Myanmar. Deja muertos sorprendidos, ahogados de sorpresa.

En estos días gran parte de México sufre las inundaciones severas, especialmente en Sinaloa, Sonora, Baja California Norte y Sur, y en Sinaloa los municipios más afectados son Guamúchil, Los Mochis y Culiacán. Sufren los más excluidos, en las casitas hechas en cartón, en tierra que se desliza como una masa flexible. La muerte acaba con la vida de miseria, la lluvia parece liberar de las tristezas del mundo terrenal. Pero los sueños quedan atrapados. La posibilidad para mejora desvanece entre vientos y aguas. Hace un año, el 19 de septiembre de 2017, los sueños de los atrapados bajo los escombros en la Ciudad de México se acabaron igual como aquellos de Mangkhut. No se trata de tener un “puño en alto”, pero de tener un poquito de reflexión en silencio:

“Entonces voy,

pero no me puedo mover.

Mi rodilla, mi cabeza y brazo izquierdo

atrapados.

Hoy no iré a mi clase de piano,

aunque ya está hecha mi tarea.

Do not lose your peace of mind,

Do not lose your peace of mind.

Ese mantra me la ensañaron en el taller de yoga.

Entonces ¿por qué las lágrimas?

Las quince horas y cada una,

una eternidad:

las primeras cinco, esperaba que me encontraran:

300 minutos, 18000 segundos.

Las otras cinco, pensaba sobre mis próximos:

mi mamá, papá y la hermana,

amigos de la facultad y del trabajo:

300 minutos, 18000 segundos.

En las últimas cinco, logré hacer pipí,

sentí el frio escalofriante,

pensaba ya no sé sobre qué.

Ahora comienza el dolor

por no haber podido estirarme,

por no haber tocado más

de Tchaikovski y de Bach,

por no haber sido una paloma

y haber salido antes.

Calambre.

Son 4:29 en la madrugada,

la hora muerta,

pero yo sigo viva.

Voy por ellos,

mis sueños:

ayudaré a mi mamá

que vive sola después del divorcio,

acabaré mi carrera,

seguiré trabajando,

tendré una casita con un jardín

donde habrán bugambilias,

rosas y piano,

mariposas y colibríes.

Seguiré con mi taller de yoga,

comenzaré el de pintura.

Oleos sobre tela:

el paisaje verde, el cielo azul,

hojas de otoño, el mar inmenso

antes de hundirse con el barco.

Voy por ellos,

mis sueños.

Queda poca pila.

Mi mami,

quiero ir contigo,

juntas a la iglesia y después a comer esquite

con mucho chile y limón.

“¿Mami? ¿Me escuchas? ¿Entra la llamada?

No me siento bien. Hablo para pedir tu bendición,

en el nombre de Cristo,

el hijo de Dios

que disque es Todopoderoso”.

Voy por ellos,

sueños:

Bach…mi mama…colibríes,

quiero, quiero salir,

entonces voy, peace of mind, no me quiero morir” [1].