El Callejón de los Milagros: entre El Cairo y la Ciudad de México

Frida Lima

Autora

Un callejón en el centro de una ciudad, espacio sagrado y maldito; los que viven ahí se desenvuelven entre sí y lloran, festejan, se pelean y sufren. Las personas más comunes son aquellas que configuran una serie de estereotipos y arquetipos que nos resultan familiares: el cantinero, el barbero, la esposa del panadero; el dentista, el doctor, la celestina; la muchacha bonita y su pretendiente, el padre de familia conservador que en realidad es homosexual. El que se fue a otro país, la que se volvió prostituta. ¿Dónde podría ser?

El Callejón de los Milagros (1995) es considerada una de las mejores películas mexicanas modernas. Fue dirigida por Jorge Fons y protagonizada por primeros actores y nuevas caras que se transformarían en un hito en Hollywood: Ernesto Gómez Cruz, María Rojo, Bruno Bichir y Salma Hayek. No obstante, la película resulta ser una adaptación libre de la novela homónima del ganador del premio Nobel Naguib Mahfuz: Zuqāq al-Midaq (1947).

Ambas historias siguen a los habitantes de un callejón en el centro de la ciudad; El Cairo en la década de los 40 en plena Segunda Guerra Mundial y la Ciudad de México en los 90, respectivamente. Desde la parte egipcia nos topamos con una prosa realista y lineal, con un narrador omnisciente que desde su posición juzga a cada uno de los personajes, pero también es capaz de meterse en su mente, por lo que entendemos con más profundidad los deseos, inquietudes y debilidades de estos. Cada capítulo se encuentra narrado desde la perspectiva de alguno de los personajes, enfatizando sus acciones y la manera en que cada una de las historias se entrelazan; sin embargo, la historia de Hamida[1] resulta ser una de las más llamativas entre los habitantes del callejón. Hamida es una muchacha joven, atractiva y de carácter fuerte, hija adoptiva de Umm Hamida,[2] la casamentera del barrio. Se describe infeliz con su vida en el callejón ya que anhela riquezas y poder: “Su culto al poder se concentraba en su amor por el dinero, del que ella creía que era la llave mágica del mundo y la fuerza que permitía dominar a los demás”.[3]

Hamida busca casarse con alguien rico para que pueda mantenerla y darle una vida de lujos; además, al ser descrita como la más bella del callejón, es una joven altiva y llena de soberbia. Su pretendiente, Abbas,[4] se une al ejército inglés para poder ahorrar dinero y casarse con ella, pero cuando este se va Hamida decide casarse con alguien más y, al fallar este intento, termina bajo el poder de un proxeneta que se aprovecha de ella.

El personaje de Hamida representa el estereotipo de una mujer que, al no seguir el ejemplo de Alá, termina siendo castigada y condenada a una vida llena de lujos, sí, pero con el peso de su decisión sobre ella. Al regreso de Abbas, concluyen las otras historias del callejón. Otro de los personajes más memorables de esta novela es Kirsha,[5] el dueño de un café y fumador de hachís:[6] un padre de familia que cubre sus tendencias homosexuales justificando su hombría y aclarando que puede hacer lo que quiera. Este personaje resulta ser sumamente interesante en la adaptación mexicana al subvertir el estereotipo del hombre heteronormado machista que golpea a su esposa, pero que se divierte como un niño en compañía de los hombres jóvenes.

La novela resulta atrayente debido a las descripciones y, sobre todo, al poner el dedo en la llaga en la sociedad de El Cairo: el ruido, la suciedad e inmundicia que rodean las calles, la sutil imagen que poco a poco se dibuja en la cabeza del lector al describir los lugares aledaños al callejón. En realidad, resulta ser un microcosmos, todo un universo sostenido en un lugar donde la pobreza abunda, pero las historias entrelazadas motivan a los personajes a continuar. Rafael Flórez compara el callejón de El Cairo con los callejones de Colombia, aludiendo que podría tratarse del mismo lugar:

La prosa de Mahfuz es refrescante, transparente y especialmente sorprendente para un lector colombiano y antioqueño, por la asombrosa coincidencia de valores, de enfoques y concepciones culturales, como si las historias de Mahfuz se sucedieran hoy en un callejón de Manrique en la ciudad de Medellín. Es como si los colonizadores de Hispanoamérica hubieran sido más bien árabes.[7]

De igual forma, argumenta que en la novela “nada ocurre por fuera de las raíces culturales, de las tradiciones familiares de cada uno, del ambiente del callejón tan encerrado y maloliente”[8] aludiendo así a una justificación por parte del callejón hacia los personajes: los pecados que cometen, el uso de su libre albedrío los lleva hasta los límites más profundos ocasionando así, en varias ocasiones, un punto sin retorno en el que se ven absorbidos por este nuevo mundo moderno producto de la Segunda Guerra Mundial.

Friedhelm Schmidt-Welle culpa al capitalismo por la caída de los personajes apuntando que al convertirse en mercancías (prostitución, servicios de alcahueta, robo de dientes) terminan pesando, por fuera y por dentro. No obstante, también alude al verdadero protagonista de la historia: no son los personajes, es el ambiente, el espacio en el que se desenvuelven, y en la película, bajo su carácter melodramático inspirado por las telenovelas mexicanas esto es aún más evidente:

[…] la cinta presenta diferentes tramas íntimamente ligadas entre sí mediante el lugar en el cual se lleva a cabo la acción —el barrio incluso se podría ver como el verdadero protagonista de la cinta, que representa un microcosmos de la sociedad mexicana, sus valores y sus conflictos internos (Foster 2002: 46-57)— y mediante las relaciones sociales entre los habitantes de ese barrio.[9]

Ahora bien, la película innova en el cine mexicano debido a su curiosa estructura dividida en capítulos: “Rutilio”, “Alma”, “Susanita” y “Regreso”. Los primeros tres capítulos comienzan con la misma secuencia apreciada desde distintos ángulos: un juego de dominó en la cantina de Don Rutilio (Ernesto Gómez Cruz). Se visualiza la perspectiva de estos personajes mostrando, en repetidas ocasiones, la misma escena desde otro ángulo. El último capítulo resulta ser la condensación de los primeros tres con el regreso de Abel. El juego de dominó resulta relevante porque concentra a los personajes en el mismo espacio, una vez más, aludiendo a un eterno retorno donde seguirán cometiendo los mismos errores.

La historia, al igual que la novela, sigue a los habitantes del callejón en su día a día mostrando así las diversas situaciones de pobreza y violencia que se viven en el centro de la Ciudad de México durante la década de los noventa. Producto de su época la película resulta ser una crítica al gobierno de Salinas de Gortari y los cambios que trajo su sexenio. Debido a su “estructura en red” es una cinta que ha inspirado a otros cineastas mexicanos, tal es el caso de Alejandro González Iñárritu en Amores Perros (2000) y Babel (2006).[10]

La versión mexicana funciona bien en nuestro contexto sociocultural: nos identificamos entre las conversaciones sueltas y con los espacios; el centro histórico es clave para comprender la trama, mostrando así los estereotipos en los que llegamos a caer. Aquellos personajes fácilmente podrían ser nuestros vecinos del barrio, aquellos que nos cruzamos diario y saludamos. Rafael Flórez lo supo ver al comparar Medellín con El Cairo, pero la Ciudad de México también nos resulta familiar en este ambiente árabe.

La realidad es que, si el espacio egipcio nos resulta tan cercano al ambiente mexicano, dando como resultado una de las películas más emblemáticas del cine nacional, es porque sí existe una tradición árabe en la cultura hispánica. Por ejemplo, comenzando con el idioma, tenemos un arabismo en el español que resume los anhelos de los personajes: ojalá, ojalá que Almita regresara, ojalá que nunca se hubiera ido. Ojalá.[11] Si bien nos podemos identificar con la violencia, la cultura machista, la homosexualidad oculta tras la coraza de la homofobia; las migraciones a otros países, la prostitución y el deseo de salir adelante, de abandonar el barrio sin importar el costo, también existe una característica que nos relaciona aún más: la religiosidad, la fe ciega. La nobleza y la ayuda al prójimo son ámbitos de gran valor en la historia, así como la traición a ellos.

Ojalá nunca lleguemos al callejón de los milagros, porque de milagroso no tiene nada. Más bien, resulta ser el origen de todas las desdichas que los personajes viven, y por más que quieran salir al final no lo logran, y hasta regresan a él. El final melodramático por el que optó la película nos deja sin dudas: no hay cabida, aquí, para el triunfo.


Notas

[1] Alma, Almita en la adaptación mexicana, interpretada por Salma Hayek.

[2] Doña Catalina, interpretada por María Rojo.

[3] Naguib Mahfuz, El Callejón de los Milagros, p. 500.

[4] Abel, interpretado por Bruno Bichir.

[5] Don Rutilio, interpretado por Ernesto Gómez Cruz.

[6] Dos de los vicios más emblemáticos del medio oriente. En México, el café fue cambiado directamente por una cantina.

[7] Rafael Flórez Ochoa, “El callejón de los milagros”, p. 237.

[8] Rafael Flórez Ochoa, “El callejón de los milagros”, p. 237.

[9] Friedhelm Schmidt-Welle, "Jorge Fons: El callejón de los milagros (1994)", p. 449.

[10] Película que también se nutre de las tradiciones árabes al mostrar una parte de Marruecos en una historia entrelazada entre San Diego, Tijuana, Tokio y Marruecos.

[11] “¡Tal sea la voluntad de Alá!”, Antonio Alatorre, Los 1001 años de la lengua española, p. 107.


Referencias

Mahfuz, N. El Callejón de los Milagros. España: Booket, 2021.

Ochoa, R. F. "El callejón de los milagros." Revista Educación y Pedagogía 5, 1991: 236-238.

Schmidt-Welle, F. "Jorge Fons: El callejón de los milagros (1994)." Clásicos del cine mexicano. Vervuert Verlagsgesellschaft, 2016: 441-458.