Más allá de África como “zona permanentemente en guerra”

Normalmente existe una visión popular de que el continente africano está lleno de golpes de Estado, en donde un presidente podría durar pocos meses o, en el otro extremo, décadas enteras. En ambos casos se otorga la etiqueta “conflicto” en todo el largo y ancho del continente, no sólo a los países sino también a su población, lo cual es rápidamente señalado por medios internacionales, sin embargo, no se trata de una cuestión de carácter inherente al carácter de los africanos o de un problema que se deba a la configuración de su forma de vida. Más bien, se debe ubicar desde sus antecedentes históricos, objetivo de la presente nota, con el fin de aterrizar algunos factores clave en los conflictos africanos.

Un antecedente directo de los conflictos actuales en estos países se encuentra en la forma en que se configuraron los Estados coloniales a partir del conflicto y la violencia. No se puede pensar en la etapa colonial sin asociarla de una manera objetiva con el uso de la fuerza y, por lo tanto, con una serie de conflictos que fueron definitorios para establecer el orden que deseaban los países europeos en los territorios africanos. Esto no significa que antes del periodo colonial no hubiesen existido conflictos en África, sino que, a partir de este, la violencia y el uso de la fuerza adquieren una característica particular.

Es por ello que no se puede entender el establecimiento del Estado colonial sin el tema de la violencia. Posterior a la Conferencia de Berlín en 1884-5, hubo una fuerte resistencia y una fuerte represión por parte de los gobiernos coloniales. Un ejemplo de conflicto durante este periodo sumamente fuerte fue el genocidio herero y nama, dos grupos étnicos establecidos en lo que actualmente es Namibia. En este caso, el conflicto se generó con la llegada de los alemanes en el suroeste de África bajo diversas formas de violencia en contra de la población, entre ellas el despojo de las tierras para que el gobierno colonial pudiera introducir nuevas formas de economía, como lo fue el tren para exportar hacia Europa los productos que se generaban en las colonias.

Con lo anterior, África quedaría dividido y ocupado por países europeos a partir de la conquista militar que se dio entre 1885 y 1902. Así, de una generación a otra, el continente tendría un nuevo mapa geopolítico al ser dividido en catorce unidades políticas con fronteras arbitrarias que dañaban y distorsionaban la realidad pre-europea que existía.

No fue sino hasta la época posterior a la Segunda Guerra Mundial que la lucha por el nacionalismo africano estaría saliéndose del control europeo, el cual optaría por otra forma de control en las nuevas naciones independientes. Es así que en la década de los ochentas aparece la doctrina Kirkpatrick (derivada de Jeane Kirkpatrick, embajadora de EUA en Naciones Unidas) la cual hacía explícito el apoyo estadounidense a dictaduras anticomunistas en países que llamaron “del Tercer Mundo”, argumentando que a pesar de no cumplir con sus estándares de democratización, eran gobiernos muy tradicionales en países que no conocían otro tipo de organización y, más aún, no estaban preparados para instaurar una legítima democracia.

A juicio de Sánchez de Rojas (2015), lo anterior es la base de la inestabilidad que llega hasta la actualidad en los países africanos a partir de sus independencias, surgiendo una etapa del llamado “neocolonialismo” en donde se toma al continente entero como incapaz de gobernarse por sí mismo o manejar convivencias pacíficas unos con otros.

Los Estados africanos heredarían así una soberanía frágil seguida por golpes de Estado como medio de tomar el poder de la mano con políticas de ajuste implementadas, lo cual sería aprovechado por las élites africanas y un sinfín de empresas multinacionales que entrarían por esta ventana para alcanzar sus objetivos económicos personales, diferentes a los nacionales, resultando en gran corrupción y mal manejo por parte del gobierno.

Otro de los factores presentes en los conflictos del continente y sumamente crítico en cuando a la forma de abordar es la marginación étnica. La etnicidad no es sinónimo de violencia ni conduce a ella por el simple hecho de existir, no obstante, el origen étnico en África ha sido clave en los conflictos civiles, dentro de un país y entre estos, llevando así a una fragmentación étnica que conduce a diversos conflictos que pueden llegar a ser violentos. Un ejemplo de ello es el caso de Liberia, en donde los diez años de régimen por parte de Samuel Doe se les favoreció a las comunidades krahn y mandinga sobre el resto, alimentando con ello tensiones étnicas que conducirían a una posterior guerra civil. Siendo este un caso no aislado, aún en países donde existe relativa estabilidad en el gobierno, se presentan fragmentaciones étnicas que dividen aún más al continente.

Por último, de acuerdo con Mngomenzulu y Fayayo (2019), aún cuando actualmente algunos de los conflictos actuales son causados por la misma población africana, existe gran evidencia mostrando que sin la presencia de la comunidad internacional, los conflictos en el continente podrían ser contenidos de mejor manera y hasta eliminarse en algunos casos. Por ende, el papel de los actores internacionales se podría ver como otro factor detonante para los conflictos que siguen actualmente.

Dado lo anterior, no se puede ver a África como un sinónimo de guerra, más aún, ignorar los diversos factores tanto internos como externos que han ido construyendo y sosteniendo la formación de los conflictos. Asimismo, se necesita más que acuerdos de paz y operaciones de su mantenimiento con uso militar provenientes del extranjero, aún cuando en la mayoría de los casos se ven como la respuesta.

Fuentes

Mngomenzulu, B. y Fayayo, R. (2019). The role of the international community in sustaining conflicts in Africa. Journal of African Foreign Affairs. Vol. 6, No. 3. Pp. 5-21.

Sánchez de Rojas, E. (2015). Los conflictos en África: un análisis. En Ministerio de Defensa (Ed.). Monografías 144. África. Pp. 143-153.