Los estragos de la Segunda Guerra Mundial: La tumba de las luciérnagas (1967) de Akiyuki Nosaka

Frida Lima

Autora

La muchedumbre se agolpó en la orilla del río,

luego trepó las balsas,

y se convirtió en una pila de cadáveres bajo el sol

abrasador.

El 6 de agosto, Sankichi Toogue


Durante la Segunda Guerra Mundial, Japón, al pertenecer a las Potencias del Eje y formar parte importante en la Guerra del Pacífico, resultó ser la clave para terminar con dicho conflicto. Alemania ya había sido vencida, y el País del Sol Naciente experimentaba derrota tras derrota; no obstante, además de los bombardeos a ciudades importantes alrededor del país y los campos de concentración para japoneses en el continente americano por parte de los estadounidenses, el país no se rendía. Esto cambió, por supuesto, con los ataques a Hiroshima y Nagasaki el 6 y 9 de agosto de 1945.

A este punto, está de más mencionar el horror que se vivió a partir de la detonación de Little boy y Fat man: el horror en las calles, el calor intenso y los cuerpos que se desintegraron, que se fundieron con el asfalto al momento. Las miles de vidas que se perdieron entre el caos y el humo, entre la desolación y la inminente destrucción.

Sin embargo, antes de estos bombardeos, el país había estado siendo atacado estratégicamente en ciertas zonas con bombas incendiarias. Ejemplo de esto es la ciudad de Kōbe, lugar donde se refugiaba el escritor Akiyuki Nosaka en su juventud. Los bombardeos ocurrieron en marzo, el 16 y 17, y el 5 de junio. Aviones B-29 “lanzaron sobre Kobe 1.836 toneladas de bombas incendiarias de magnesio termita que arrasaron aproximadamente el 20% del área construida de la ciudad, incluido el distrito de negocios y algunas áreas industriales y residenciales”,[1] mientras que los ataques de junio fueron aviones 473 B-29: “Según el primer informe oficial entregado a las fuerzas aliadas el área total edificada que resultó destruida alcanzó el 56% de la ciudad; con la extensión incontrolada y premeditada de los incendios, un tercio de la población quedó sin hogar, mientras que los muertos y heridos alcanzaron la cifra de 14.000 personas.”[2]

Fue en los ataques de junio que el padre adoptivo de Nosaka murió, mientras que su madre quedó gravemente herida, falleciendo días después. A partir de ese momento, siendo un joven de 15 años, Nosaka decidió hacerse cargo de su hermana de escasos meses Keiko (en otras ocasiones, llamada Reiko) quien moriría de inanición meses después. Sin familia, Nosaka se traslada de ciudad en ciudad, y años después estudió Literatura Francesa en Tokio. Ahora, se le conoce por pertenecer a “la generación de escritores yakeato yamiichi sedai, (la “generación de los criados entre las ruinas de los incendios y el mercado negro de la posguerra”), llamada comúnmente sólo yakeato sedai.”[3]

La derrota de Japón en la guerra, así como la herida provocada por el trauma y humillación debido a las bombas atómicas, fomenta una nueva literatura que toma como base estos hechos. Cora Requena argumenta al respecto:

La consecuencia inmediata de la derrota y del trauma provocado por la repentina humanidad declarada del emperador y la inusitada violencia de los ataques aliados ante unos dioses que, por primera vez, no respondían al llamado de la población, forzaron a la sociedad japonesa a entrar en una fase de mutismo que escondía uno de los mayores cambios epistémicos en la historia japonesa desde el siglo VIII y que comienza a salir a la luz a partir de los años 60.[4]

Ahora bien, respecto a las manifestaciones culturales que se llevaron a cabo a partir de la guerra hay material de sobra, pero La tumba de las Luciérnagas (1967) llama la atención al ser una narración que parte, en primera instancia, de la autobiografía. Además, claro está, de la popularidad de la película homónima de Takahata producida por Studio Ghibli en 1988. La historia, en ambas versiones, resulta ser cruda, llegando a empatizar y conmover al lector debido a la situación inhumana que exhibe.

La tumba de las Luciérnagas (1967) comienza in extrema res, ya que relata el final: Seita, el protagonista, se encuentra en la estación de Sannomiya cubierto en sus propios excrementos, sin haber comido, sin poder moverse, sosteniendo los restos de su difunta hermana en una lata y él, a punto de morir. En ese momento se presenta una analepsis a unos meses antes, relatando el momento en que murió su madre y como tuvo que hacerse cargo de su hermana, Setsuko, de cinco años. Su padre, quien se encontraba al frente en la marina, le proporciona esperanzas de continuar y Seita lo espera junto a Setsuko, pero eventualmente muere. A través de las inserciones de los pensamientos de Seita en el relato, nos percatamos de las injusticias que sufren los niños, del maltrato que les profesa su tía (con quien buscaron ayuda después de la muerte de su madre) que ya no los quiere en su casa, por lo que encuentran refugio en una cueva, en los alrededores del pueblo.

María Elena Romero expone que el maltrato retratado en la versión anime: “[…] nos acerca a una sociedad dura, apática, ensimismada en sus problemas, que no atiende la situación de los niños que quedaron sin amparo por la guerra y que se vuelven vagabundos desclasados. A nadie le importará si mueren, porque pocos se enterarán de que existen.”[5] Al no formar parte de una “sociedad de vecinos” el gobierno les niega las raciones de arroz, por lo que empiezan a pasar hambre. A pesar de lo mal que pintaba el momento, los hermanos trataban de mantenerse positivos y pasaban momentos felices cazando luciérnagas (y después enterrándolas en una tumba) para que iluminaran la cueva:

«¡Mira, las unidades especiales de ataque!», «¡Ah!», Setsuko asintió con la cabeza sin comprender lo que querían decir aquellas palabras, «Parecen luciérnagas», «Sí, es verdad», si cogieran luciérnagas y las metieran dentro del mosquitero, ¿no darían, tal vez, un poco de luz? Y de este modo, y no es que pretendieran imitar a Shain, fueron atrapando todas las luciérnagas que se pusieron a su alcance.[6]

Aun con los cuidados de Seita, Setsuko muere de inanición, casi en huesos y con sarna. Seita incinera su cuerpo en un lugar cercano a la cueva y conserva los restos en una lata de dulces, misma con la que llegó a compartir momentos bonitos con Setsuko.

No obstante, regresando al plano de la historia y de la no ficción, Cora y María Elena Romero llegan, en sus análisis, a una conclusión similar: relacionan la muerte de los personajes con el sentimiento de culpa por parte de Nosaka tras haber sobrevivido a la guerra, mientras que su familia no “en un país adoctrinado para elegir la muerte antes que la derrota, perder la guerra representó una carga moral.”[7] Esto llama la atención debido, precisamente, a la herida que causó la derrota de Nihon en la guerra, siendo una cultura nada acostumbrada a perder. Estos personajes se desenvuelven en un mundo en el que el honor lo es todo, y al alejarse de sus vecinos y vivir con sus propias decisiones, lograron morir, si bien no al mismo tiempo, juntos, como familia.

Además de esto, La tumba de las Luciérnagas (1967) alude a esta derrota desde una perspectiva que cala: los niños afectados en la guerra. Después de la guerra, miles de huérfanos murieron, por lo que, si bien resultó un consuelo para Nosaka matar a este personaje en representación suya, también resulta ser ilustrativo para las nuevas generaciones de japoneses ya que es una obra que se lee en las escuelas. La perspectiva infantil que conlleva el relato (cruda cuando necesita serlo) ayuda a señalar una problemática que continuaría desarrollándose años después con toda una generación afectada que encontraría consuelo en las luciérnagas, mismas que forman parte importante del imaginario japonés.

Notas

[1] Cora Requena. "Dos versiones para La tumba de las luciérnagas", p. 31.

[2] Cora Requena. "Dos versiones para La tumba de las luciérnagas", p. 31.

[3] Cora Requena. "Dos versiones para La tumba de las luciérnagas", p. 30.

[4] Cora Requena. "Dos versiones para La tumba de las luciérnagas", p. 29.

[5] María Elena Romero. "La Tumba de las Luciérnagas. Luces que matan en el Japón de la Segunda Guerra Mundial", p. 133.

[6] Akiyuki Nosaka, La tumba de las Luciérnagas, p. 22.

[7] María Elena Romero. "La Tumba de las Luciérnagas. Luces que matan en el Japón de la Segunda Guerra Mundial", p. 120.

Referencias

Hidalgo, Cora Requena. "Dos versiones para La tumba de las luciérnagas." Primeras noticias. Revista de literatura 245, 29-38: 2009. En línea

Nosaka, Akiyuki, La tumba de las Luciérnagas, España: Narrativa Acantilado, 1988.

Ortiz, María Elena Romero. "La Tumba de las Luciérnagas. Luces que matan en el Japón de la Segunda Guerra Mundial." Cine bélico en Asia: 109. En línea