La Dependienta: una ventana hacia el mundo patriarcal

Frida Lima

Autora

La Dependienta (2016) es una novela escrita por Sayaka Murata (Inzai, 1979), una de las nuevas voces en la literatura japonesa contemporánea. En ella se narra la historia de Keiko Furukura quien, aparentemente, posee problemas para relacionarse con “normalidad” con otras personas. Desde una edad muy temprana comienza a trabajar por horas en un コンビニ “konbini” (tienda de conveniencia) como dependienta.

A lo largo de la novela Keiko expresa lo mejor que se siente desde que trabaja en ese lugar, tanto física como anímicamente. Llega a crear un vínculo especial (inclusive más que con su familia o las personas con las que se relaciona) con los pasillos, la caja registradora, la mercancía, y en general, con todo el espacio que conforma el konbini. No obstante, los años pasan y pasan y ella nunca formó una carrera, ni se animó a conseguir otro trabajo. Se sentía feliz y completa donde estaba, pero eso no impidió las críticas de los demás.

¿No vas a estudiar una carrera? ¿No vas a buscar un trabajo más serio? ¿Estás soltera? ¿No te vas a casar? ¿No vas a tener hijos? ¿Eres lesbiana? ¿No quieres algo más?

Hasta cierto punto, esta novela resulta ser un reflejo de la sociedad japonesa: es perfeccionista, adicta al trabajo y anhelante a cumplir un rol específico en la sociedad, pero también exhibe la situación y las consecuencias de vivir en un mundo patriarcal, ya no sólo en Japón. Jorge Garzón[1] recalca la postura de Murata ante esta situación, ya que en una entrevista realizada por Anna Specchio la propia autora comparte su experiencia durante la infancia, en la que se le inculcó a que debía seguir el modelo establecido: casarse y tener hijos, lo que le provocaba conflicto. Estos sentimientos son similares a los que presenta Keiko durante la historia.

Uno de los elementos centrales en La Dependienta (2016) recae en la cultura del trabajo, ya que es algo que se inculca desde muy temprana edad en Japón. Keiko nunca llegó a cumplir con esta “regla establecida”: un trabajo por horas en Japón no llega a ofrecer una vida digna. Jennifer Domizi expone en su blog las problemáticas a las que se enfrenta la sociedad japonesa al momento de incorporarse a la vida laboral, la cual incluye una curiosa lealtad:

Es que en Japón pertenecer a una compañía está visto como pertenecer a una familia, más allá de la familia. Se espera tradicionalmente que los trabajadores comiencen desde que son jóvenes y no cambien de trabajo. Pero con los tiempos actuales, quizás esto sea todo un desafío. ¿Puede sobrevivir un joven en una misma compañía toda la vida?

Aquí el sentido de pertenencia y de lealtad es muy importante, tanto para empleados como para empleadores. Por ejemplo, no existe ninguna regla escrita, pero en Japón se sabe que no está bien visto cambiar constantemente de trabajo. Ni tampoco retirarse de la oficina antes de que lo haga el jefe.[2]

A pesar de esto, Keiko Furukura recalca, a lo largo de la novela, que ella es realmente feliz trabajando por horas como dependienta, pero eso no entra en la categoría de “normal”. Nada en ella es “normal”: no estudió, es virgen, no está casada y trabaja en un konbini. Sin embargo, sólo en este espacio tiene paz: “La felicidad de Keiko no es relevante para quienes la rodean, y aunque nosotros atestiguamos que en realidad a ella no le importa qué piensen los demás, ella trata en un inicio de encajar para evitar problemas.”[3]

Encajar para evitar problemas es lo que lleva a Keiko a imitar a los demás: copia el estilo de vestir de sus compañeras, el de hablar entonando ciertas palabras, e incluso, la lleva a inventar enfermedades para que los demás acepten que sólo puede trabajar por horas. Todo esto la termina relacionando con Shirahara, un hombre marginado que, de cierta forma, también es victima del sistema patriarcal y de las normas: resulta ser el único personaje masculino relevante; no posee motivaciones, se queja constantemente del momento en el que le tocó vivir, y asegura que se vive en una edad de piedra actual:

[…] A los hombres, a diferencia de las mujeres, no solo se nos critica por eso. Cuando terminamos los estudios debemos encontrar trabajo, cuando tenemos trabajo debemos ganar más dinero, cuando ganamos dinero debemos casarnos y tener hijos… […] Esto es lo que descubrí: que el mundo no ha cambiado desde la Edad de Piedra. Las personas que no aportan nada a la comunidad son marginadas, como los hombres que no cazan o las mujeres que no tienen hijos.[4]

Las palabras de Shirahara son reales: el sistema patriarcal afecta tanto a hombres como mujeres, obligándonos a cumplir un rol específico en la sociedad para mantener un aparente “orden”, el cual, al final, sólo cumple con el propósito de seguir produciendo, consumiendo y manteniendo un rechazo hacia otras formas de vivir o incluso de relacionarnos. Sin embargo, Shirahara, desde su posición como desempleado, deseando a una mujer que le patrocine un proyecto que ni él mismo es capaz de explicar, osa por criticar la situación de Keiko:

Si sigues trabajando por horas, te harás mayor y nadie querrá casarse con una virgen madurita. Das asco. En la Edad de piedra, las mujeres maduras que no podían tener hijos acababan merodeando por la aldea como almas en pena, solteras para siempre. No eran más que un lastre para la comunidad. Yo aún podría hacer mi vida porque soy un hombre, pero tú estarías acababa.[5]

Keiko no desea otro trabajo, un matrimonio o hijos. Es más, a Keiko le basta su pequeño departamento y un trabajo simple en el que es experta. No obstante, hace ruido que una mujer no se someta al “orden”, que no quiera lo que en apariencia es “normal” y que sólo se ocupe de ella. Es verdad lo que dice Shirahara: su valor como hombre lo pone por encima de ella, aunque aporte menos a la sociedad.

La Dependienta (2016) crítica la postura de desarrollar una carrera y tener un trabajo “serio”, el rechazo hacia la soltería después de cierta edad, el matrimonio, la maternidad y los roles a cumplir, pero no sólo en Japón, sino que resulta ser una problemática global. Jorge Garzón argumenta sobre estos elementos: “La novela reta cualquier convención social y, de tal modo, sitúa la (a)normalidad no solo en el conflicto entre expectativa y realidad, sino en el choque entre intenciones de estandarización y reacciones de extrañamiento.”[6]

Es extraño que una mujer quiera tener una vida propia y adueñarse de las nuevas formas de ser y estar, de querer nuevas compañías o de experimentar distintas formas de relacionarse. Hacia el final Keiko lo comprende: el mundo va más allá de la aceptación y el rechazo social[7], y sólo ella posee el control de su cuerpo, su vida y sus decisiones, nadie más. La Dependienta (2016) funciona porque nos hace ver todo eso y más, empatizamos con Keiko, y con ella aprendemos a repudiar y a aceptar el espacio que habitamos, pero, sobre todo, que decidimos: ninguna mujer tiene porqué rendir cuentas de su estilo de vida.

Notas

[1] Jorge Garzón, “(A) normalidad en La dependienta:" triple hándicap", okashii y ficción especulativa.", p. 10.

[2] Jennifer Domizi en “El mundo del trabajo en Japón: Cultura y Problemas”.

[3] Jorge Garzón, “(A) normalidad en La dependienta:" triple hándicap", okashii y ficción especulativa.", p. 12.

[4] Sayaka Murata, La dependienta, p. 95.

[5] Sayaka Murata, La dependienta, p. 97.

[6] Jorge Garzón, “(A) normalidad en La dependienta:" triple hándicap", okashii y ficción especulativa.", p. 17.

[7] Jorge Garzón, “(A) normalidad en La dependienta:" triple hándicap", okashii y ficción especulativa.", p. 18.


Referencias

Domizi, Jennifer. “El mundo del trabajo en Japón: Cultura y Problemas”. Japón desde Japón, 2019. En línea

Garzón Ojeda, Jorge Andrés. "(A) normalidad en La dependienta:" triple hándicap", okashii y ficción especulativa.", Tesis de grado Licenciatura, Universidad de los Andes, 2022.

Murata, Sakaya. La dependienta. Italia: Doumo ediciones, 2019.